Enamorado de la Pesca
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Foto de Flotador por LUM3N en Pixabay.com
El pescador está sentado disfrutando de la calma primaveral del embalse. El sol va calentando la superficie del agua y tan solo una leve brisa produce un tenue movimiento a la boya. La veleta se yergue colorida sobre el espejo del agua de la misma forma que el Kilimanjaro lo hace en la sabana africana.
Se trata de un hombre de cierta edad. Se podría decir que es un pescador de la vieja escuela; de ahí que le guste pescar a veleta. Además, de vez en cuando, introduce su mano en el dulce maíz que tiene depositado en un pequeño cubo, obtiene un puñado y lo lanza apuntando al flotador. Después, de nuevo, a esperar. Otra vez a apaciguar la mente. A serenar el espíritu. Así se podría tirar horas.
Ese estado se ve ligeramente interrumpido por la llegada de una libélula que sobrevuela al pescador como si fuera un helicóptero de reconocimiento. Avanza por encima de la caña hasta que, finalmente, comienza el aterrizaje sobre la veleta. Ya en vertical, el insecto inicia la maniobra de aterrizaje en el flotador. Agita velozmente sus alas y, con lentitud, posa sus delgadas patas sobre el color fosforito del corcho. Al pescador, que ha contemplado en todo momento la trayectoria y el asentamiento del insecto, la escena le recuerda a aquel helicóptero de salvamento que vio aterrizando el pasado otoño en el puerto de El Pico, cuando estuvo recolectando boletus edulis, entre pinos y corzos.
El anciano no es del todo de la vieja escuela ya que, junto a él, a pocos metros, permanece intacta la caña que tiene colocada a fondo. En este sistema, la verdad, es que sí que se ha modernizado un poco. Antes colocaba la caña en una posición bastante erguida sobre un pincho vertical. Ahora el soporte es horizontal. Además, en vez de un cascabel como se usaba antaño, hoy luce un moderno indicador de picada donde se coloca el sedal. Los nuevos tiempos se aprecian también en el cebo. Esto ya se podría denominar carpfishing en toda regla. La patata cocida que colocaba hace años ha sido sustituida por un moderno boilie con aroma a vainilla. Y, no solo eso, antes de lanzar coloca una malla de PVA repleta de semillas y boilies, para cebar lo más próximo al anzuelo.
Foto de un Caballito del Diablo por Patricia Acedo Peña
Y ese es el ambiente existente hoy en el pantano. Por el momento, no hay actividad. El pescador tiene controlada la veleta, si bien, desde que se posó la libélula, la mira menos. De todos es sabido que una veleta con libélula reduce enormemente la posibilidad de picada. Así que ahora el anciano dirige su mirada hacia una pareja de somormujos que nadan no muy lejos de su puesto. Se sumergen de vez en cuando y aparecen un poco más allá luciendo su cresta punky.
En ese calmado ambiente se respira paz, se contempla tranquilidad, se escucha… ¡De repente se escucha el sonido de la alarma de la caña de fondo!! Al anciano le da un vuelco el corazón. Se incorpora apresurado y corre hacia la caña. La levanta sujetando el carrete y comienza a recoger. Músculos en tensión. Adrenalina distribuyéndose por todo el cuerpo. Desbordada emoción. El pescador trabaja el pez con la serenidad que solo aportan los años vividos. Tira mucho. Está claro que se trata de un pez de varios kilos de peso. Tras varios minutos de lucha, el anciano echa mano de la sacadera y deposita al ciprínido con maestría en la red.
A continuación, apoya la caña en el suelo y acerca el saco de retención y pesaje donde coloca suavemente al pez una vez que lo ha desanzuelado. Lo contempla durante unos segundos. Es precioso. Es una bonita carpa royal que mira con su ojo derecho al pescador a la vez que abre y cierra la boca. El peso marca siete kilos y medio. El pescador, sonriente, acerca el saco con la carpa al agua y, allí, le hace la foto de rigor.
Antes de soltarla, observa que la royal tiene una pequeña herida en uno de sus costados. Saca del bolsillo de su camisa un desinfectante antiséptico y le aplica un poco en la zona dañada. ¡Como nueva! La deposita con mimo en el agua oxigenándola con movimiento hacia adelante y hacia atrás hasta que la carpa decide volver a su medio moviendo esa gran aleta caudal.
El pescador se incorpora. Levanta la vista hacia el embalse y, con una leve sonrisa dibujada en su rostro, emite un pequeño suspiro: ¡Ay! Ese suspiro es muy parecido al de un adolescente enamorado. El pescador, anciano ya, continúa enamorado. Enamorado de los peces, enamorado de la Naturaleza… Enamorado de la pesca.
Autor del Relato: Santos Delgado Lozano
Autor Foto Caballito del Diablo: Patricia Acedo Peña
Muy bonita esta historia, gracias por compartirla con todos nosotros. De casualidad me topé con esta página y e de reconocer que me a encantado. Saludos desde Argentina... Volveré pronto por aquí a seguir leyéndote.
ResponderEliminarMuchísimas gracias y me alegro mucho de que te haya gustado Neila saludos de vuelta desde España para ti. Un placer tener tu visita y puedes volver cuando tú quieras, gracias. ;-)
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